Scotland / Escocia Febrero 2006

Relatos e historietas de 6 amigos por Escocia

Escocia, el mero hecho de nombrarla me despierta el lado épico de las cosas, hazañas del pasado entre inmensas praderas verdes y luego rojas de sangre, las rocas y lagos con formas de piel de dragón, los azules grisáceos de profundos lagos glaciares y por supuesto los castillos, derretidos por el tiempo.

Un país marcado a fuego en la memoria colectiva, y frente a él, 6 jóvenes con el hígado fresco, pocas responsabilidades y con aún menos dinero, el suficiente para hacer de esta semana una experiencia inolvidable, y que sin duda es uno de los viajes que con más cariño recuerdo de mi vida.

Una semana intensa de aventuras, descubrimientos, volquetes de lluvia, ovejas asesinas, albergues juveniles terroríficos, paisajes que quitan el aliento y lo mejor de todo, amigos, a los que nos falta tiempo para rememorar todas las tontunas que vivimos en aquellos 7 días, que no se borran ni con las peores borracheras, y sus 7 noches casi sin dormir, y los viajes en autostop con extraños y en bus de 7 horas, contando los minutos finales de una experiencia irrepetible.

Una suerte de nostalgia viva recorre mi cuerpo cada vez que pienso en que casi ni pasamos del aeropuerto de Glasgow, donde nos atropellaron los policías con preguntas para ver si éramos terroristas, también cuando pienso en los ruidosos pubs de Glasgow y de Edimburgo, de esas calles borrachas pintadas de gris casi negro y anchos muros de piedra vieja, de las imponentes iglesias puntiagudas mirando al cielo siempre encapotado, de los oscuros cementerios invitando a su entrada, y de verdes, frescas, brillantes y extensas praderas alternando entre los agrestes acantilados ceniza y los lagos, y las colinas, los ríos y los castillos que inundan el maravilloso paisaje escocés.

No recuerdo ni un solo momento un poco largo de sol, ni de calor, ni se le esperaba, pero en serio que no hizo falta, pasaron tantas cosas, cada día, que no tuvimos tiempo de quejarnos, incluso el paseo de dos horas por las afueras con la resaca más tremenda del mundo se convirtió en un momento memorable.

Nuestra idea era sobrevivir una noche en Glasgow y otra en Edimburgo y luego ir tirando. Las reglas son sencillas: sólo nos alojamos en los albergues juveniles (youth hostel) que son lo más barato, y a comer fríos del supermercado para tener el poco presupuesto disponible para viajar y beber, qué es lo fundamental, dormir está sobrevalorado…

De Glasgow no destacaría gran cosa, los cielos tampoco ayudaban, todo me parece gris y artificial, pero eso no importa, es de noche y toca estrenarnos, y por supuesto, la primera en la frente, no nos dejan entrar en un pub por llevar alguien pantalón de chándal, a ver si adivináis quién…, ya en el segundo nos aceptan y ya tenemos casa.

Y ya tenemos aquí la primera resaca, primera de muchas, pero no hay tiempo que perder, el bus hacia Edimburgo es perfecto para recuperar fuerzas para la noche. La ciudad es sencillamente espectacular, elegante, épica a más no poder, con sus anchas avenidas de baldosas por donde se filtra la lluvia, y sus callejuelas del centro y sus ruidosos pubs, y por supuesto su torre mágica y su castillo, allá en lo alto. Parece como un sueño de J. R. R. Tolkien hecho ciudad y nosotros los nazgul.

Un paseo por la ciudad a base de cervezas de 9 grados va calentando la noche mientras nos acercamos al centro, por la noche es incluso más bonita, el castillo alumbra la parte alta y un acantilado, sí, en el centro de la ciudad. No nos es complicado hacer la natural simbiosis alcohólica con el ambiente, y claro, se nos hacen las 4 de la mañana y aún es pronto para los músicos dicharacheros que tocan en la esquina.

Claro, esto se paga a la mañana siguiente, ya que este era el final del cálculo de viaje como lo conocíamos, y sin saber cuál iba a ser nuestra parada aún, pero pensando en las Highlands, nos dedicamos unas 2 horas que parece 2 milenios de dolor de cabeza insoportable, a buscar un domingo al sol, si, ahora sales tú!, furgoneta de alquiler para viajar los 6… os recuerdo que no hay smartphones, así que calle a calle y preguntando, a puerta fría, todos cerrados, y los que se habían quedado esperando en el hotel destruidos también, con todas las esperanzas puestas en nuestro éxito, la comunidad del anillo.

Ante tal fracaso insufrible, intentamos mantener la calma y aparentar que todo había ido bien, que teníamos coche, para en el último momento dar la ostia de realidad y admitir que no, que estábamos jodidos y encima reventados. Un pen drive hizo de llaves de coche fantasma, pero todo se fue a la mierda, tenemos dos opciones, y las dos son muerte.

En realidad, nos gusta dramatizar, nos fuimos malhumorados hacia la estación de autobuses, nos vamos hacia Inverness, la capital de las Highlands. Son 4 horas de viaje entre enormes extensiones de pastos y bosques dispuestos sobre el llano relieve, más bien monótono, hasta que al fin se empiezan a divisar pequeños lagos y montañas antes de llegar a Inverness, que como un cuchillo, nos da la bienvenida con frío y oscuridad, y la brisa heladora de la ría, y su olor a pescado, apenas recuerdo nada más.

Ya en el albergue nos espera una habitación mínima, donde nos llaman la atención porque hablábamos y nos lo dice un hombre cuyo rostro no recuerdo pero que temo. Hay que madrugar al día siguiente para coger el bus para el Lago Ness!!! No hay nada como la emoción de viajar a un sitio nuevo, que hemos oído mil veces, todo se desinfla pronto cuando nos damos cuenta que es el Lago sí, un castillo en ruinas y la parada de autobús, donde el siguiente llega en 4 horas, tiempo suficiente para atacar la mochila con el chorizo con cartílago del super entre selfies y caras de decepción como podéis ver a continuación…

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Nuestra siguiente parada es Kyle of Lochalsh, donde nuestro siguiente albergue nos espera con los brazos abiertos, eso sí, llegar es una historia diferente. Nos toca dividirnos en parejas para parar los coches mendigando autostop, así que cada uno llega por un medio distinto, y los únicos que no lo conseguimos tenemos que esperar al bus, así es la vida, de caminos inciertos.

Nos espera la isla de Skye, y el pequeño puente que la une a la península se convierte en nuestro punto de quedar. El paisaje es imponente, el mar tranquilo, las costas frías y muy recortadas, todo muy nórdico, y al fondo, nuestro querido hostal, y la pobre camarera a la que le íbamos a dar la noche porque lo siento pero no había otro bar donde beber, cantar y tirar los dardos, bless her.

La noche se alarga para variar, y con aproximadamente dos horas de mal dormir, nos toca ir a coger el único autobús que llevaba a la capital, y que ni más ni menos se trataba del bus escolar, que por cierto, casi perdemos.

Os podéis imaginar las caras de los pobres niños, en su mayoría pelirrojos y pecosos, totalmente alucinados con nosotros, nuestras caras y nuestros pelos, y oliendo a alcohol y a mesa, pero ahí estábamos, para recorrer la isla hacia la capital, Portree, por unos paisajes de roca desnuda y ríos glaciales que la carretera bordea mansamente, sin tráfico y sin árboles. Parece el fin del mundo, y toda la épica se desvanece cuando oímos hablar catalán en una cafetería.

Una pequeña ruta por la ciudad nos lleva hasta unos imponentes acantilados desde donde el mar no acaba y somos atacados por ovejas asesinas mientras sale el sol en este momento tan zen que me pone contento sólo de pensarlo.

7 horas de autobús nos esperaban hasta llegar a Glasgow, ya no teníamos energía, sólo placer vago, y miles de historias que contar y disfrutar una y otra vez. El tiempo parece que no pasa, pero ya ha pasado, y no 7, sino 7000 horas desde aquello, y todavía me emociono como el primer día pensando en lo bien que lo pasamos esa semana, hablo por todos pero estoy seguro de que es así.

Me gustaría terminar este pequeño homenaje a esta tierra magnífica que es Escocia y a mis amigos, a los que nos une esta historia de leyenda, con otra leyenda, la del monstruo del lago Ness, atención spoiler…… seguro??…….. no existe, bueno sí, es un trozo de cartílago en el chorizo del supermercado.

Besos y abrazos,

David

Autor: David Gonzalvo

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