Berlín / Praga, Junio 2005

Haber disfrutado de una beca Erasmus no es sólo un sueño cumplido, una experiencia memorable que llevaré para siempre en mi corazón, y muchísimas cosas más, sino que es también una puerta a un nuevo mundo, un nuevo yo, mi transformación irreversible al homo viajerus.

Puerta que normalmente permanece cerrada para las gentes de pueblo pequeño como yo, aunque cada vez menos, pero allá por 2003, mi primera vez viviendo en otro país y en otro idioma, aunque no sea muy distinto, cambió mi forma de ver y beber el mundo, que de la noche a la mañana, se llenó de gentes de otros países y otras culturas, y me llenó de energía y alegría rebosante para decidir destinar el resto del tiempo libre de mi vida a viajar, cosa que aún llevo y llevaré a rajatabla, por los días que me quedan.

Uno de los mejores amigos que pude hacer en Lisboa fue Pedro, que para entonces estaba (y aún está, 2021, en Praga) estudiando y trabajando, y que nos invitó a pasar unos días a esta maravillosa ciudad, en la que ya había estado hacía unos años en mi viaje de fin de carrera, y de la que sólo conocía la superficie del espejismo turístico que vive, y esta era una oportunidad magnífica para descubrirla un poquito más a fondo.

Para la misión me llevé a otro buen amigo, Alejandro, aventurero de espíritu y de gigante corazón, que se apuntó sin rechistar a esta aventura de 3 días por Berlín primero, y luego por Praga, tan llena de historietas inolvidables y que recuerdo con esa emoción nostálgica y única de los primeros viajes y de los primeros todos.

Con ropa insuficiente en mochilas extrañas llegamos a Berlín donde nos quedamos en el sitio más barato que había podido encontrar en Booking al norte de la capital, en la zona de Pankow, donde una señora que apenas hablaba inglés y nosotros tampoco mucho, nos había preparado una preciosa habitación vintage, dónde tiramos las mochilas, nos dió las llaves, y nos fuimos a beber las primeras de muchas pintas.

Durante tres días nos dedicamos a pasear largo y ancho del centro de la ciudad, desde la ultramoderna Alexanderplatz y sus icónicos edificios, el pirulí con su relojito del mundo, y luego por la puerta de Brandemburgo, los tanques del Tiergarten, y su torre dorada, desde donde se divisa la gigantesca extensión de esta ciudad eterna, la menos alemana de las alemanas.

Tres días que nos dieron para aborrecer los maravillosos kebabs y salchichas con mostaza callejeros, pero no para dejar de ir a pubs locales con paisanos borrachos de los cuales el 100 % habían estado en Mallorca. La comunicación fluye mucho mejor a base de cervezas, incluso para parar a la gente malcarada y preguntarles con gracia por restaurantes chinos, y las ligeras resacas se aliviaban pronto con los paseos por el Bundestag, por el río, por las placas homenaje a los judíos y hasta la estación de autobuses, donde ya nos esperaba el bus de 4 horas hasta Praga.

Cruzando la frontera entre espesas montañas comienzan los puticlubs y al fondo la estampa luminosa de una de las ciudades más bonitas del mundo, Praga, donde Pedro nos esperaba para llevarnos a su residencia, donde nos íbamos a hospedar de estrangis las pocas horas que dedicamos y necesitábamos para dormir.

Días de ruta por el puente de Carlos, por el Josejov y el Castillo, y noches de cervezas templadas de sabor magnánimo en los pasillos de la residencia, y luego en los pubs locales, aderezadas con potentes chupitos y conversaciones rotas en inglés roto, envolviendo esta atmósfera mágica de la aventura, de lo desconocido, de beber cerveza y mear en bucle por los bares de la ciudad.

Hasta que nos llega la hora de marchar, el tren llega con retraso y perdemos el vuelo, a pesar del intento fallido de autoestopismo, por lo que aún nos quedamos una noche más, más loca si cabe, por gracia del bueno de Pedro, que nos aguantó bien y nunca le estaremos suficientemente agradecidos, hasta ya poder volver al día siguiente de vuelta a Berlín, coger el vuelo y llegar a Madrid, y luego a Zaragoza, a las 5 de la mañana, prácticamente cadáveres y fundirnos en un abrazo de haberlo conseguido, haber sobrevivido a una semana que pareció un mes, y qué mes…