Cuando estaba en el cole, no había nada más emocionante que el viaje de fin de curso, todo un año esperando a un día de excursión fuera de tu casa, comiendo en el bosque y cantando en el autobús. Ese espíritu se mantiene en el instituto, los viajes ya son de más días, de una semana, la libertad, la madurez, o más bien inmadurez, el alcohol y los amigos de nuevo.
Sólo guardo buenísimos recuerdos e inolvidables momentazos, y tengo la enorme suerte de conservar muchísimos amigos de la infancia que los comparten, es lo que tiene ser de pueblo pequeño.
Luego todo cambia, pero no mucho, y en la Universidad se repiten patrones, nuevos amigos, nuevos lugares, nuevas emociones, y el viaje fin de carrera, y parece que con esto yo ya terminaba mi periplo entre educación y alcohol, pero no, y es que la vida te lleva por caminos insospechados, y ya con mis 30, cuando muchos ya han empezado a formar familias y a pagar hipotecas, he vuelto a la uni, y el espíritu viajero no se ha disipado, sino que se ha hecho aún más grande, y más que se haría.
Por supuesto, me faltó tiempo para apuntarme a la oportunidad que nos daba la Universidad de Oviedo y Cristina, nuestra super profe de Inglés, de irnos una semana al sur de Alemania, cerca de la frontera con Austria, a disfrutar de sus increíbles paisajes alpinos, a curtirnos en inglés en las presentaciones y a pasarlo como enanos con todas las actividades de tiempo libre que nos prepararon.
7 intensos días de mañanas académicas y tardes ociosas, y alguna noche loca, que nos llevaron hasta castillos de ensueño, lagos glaciares, valles y pueblecitos de inmensa belleza verde, con sus vacas y sus cascadas, pero también visita a Munich, comidas típicas, paseos en bicicleta y alguna noche de desenfreno.
Recuerdo el yoga por las mañanas, sanador de mis resacas, la lluvia en el puente con vistas al Castillo de Neuschwanstein y mi dolor de muelas, las caras y los gritos de mis compañeras alemanas de grupo de trabajo bajo presión, la paliza en bicicleta con las holandesas, la calidez de las italianas, la extrañeza de los lituanos, y por supuesto, las risas infinitas con mis queridas asturianas, y la andaluza, y los amigos que hicimos por el camino, nuestro Diego, que no ha parado de volar, y cada uno seguimos nuestro camino, que aquí se cruzó en una semana de vida tan intensa y bonita como el verde de los prados, casi tan bonitos como los asturianos…
Besos,
David
Bournemouth, Reino Unido. Febrero 2021