Casi nadie esperaría que su primer viaje a Croacia no fuese a la costa, a Split, Dubrobnik o las cientos de islas de ensueño que salpican la Costa Dálmata, pero las ofertas de Monarch (RIP) nos llevan a la capital y ciudad más grande del país, Zagreb.
Aunque el invierno es duro en Centroeuropa, la primavera tirando a verano es puro espectáculo, y las terrazas del casco antiguo de la ciudad, sorprendentemente acogedor, se llenan de girasoles persona y aperols spritz.
Los tranvías cruzan ordenadamente las animadas calles comerciales de una ciudad con un tamaño medio ideal para pasear, que desembocan en una enorme plaza central peatonal donde surgen las estatuas a caballo de los héroes de la nación.
Hacemos caso a las recomendaciones y hacemos una visita al cementerio para completar el primer día, por las cuestas rompepiernas, y listos para disfrutar de la gastronomía local, con tanta influencia italiana como eslava, esto es, riquísima y sin agujerear el bolsillo, ni con una ni dos botellas de tinto.
Aún sin tener el encanto de otras capitales centroeuropeas, como Praga, Budapest o Viena, Zagreb se ha puesto de moda y no faltan hostales y cafeterías para modernos, todavía de precios muy asequibles, y su paseo por el río Sava, sus enormes y bien cuidados parques, y su espectacular catedral gótica, y sus museos, destacando el de las relaciones rotas, al que aún no toca ir.
El segundo día nos vamos en coche de alquiler a visitar Ljubljana, la capital de Eslovenia, a menos de dos horas de viaje. Cogemos a dos autoestopistas jóvenes americanos que recorren la vieja Europa a la antigua usanza, y cruzamos la frontera sin problema.
Aparecen las primeras estribaciones de las montañas a los lados de la perfectamente arreglada autopista que une las dos capitales. Como si de la Suiza del este se tratase, nos vamos acercando a la pequeña capital entre frondosos valles de pasto fresco y pequeños caseríos, y en menos de dos horas ya aparcamos en el mismísimo centro de Ljubljana.
Tras una colina espectacular atravesada por un túnel gigante nos aguarda esta joyita de ciudad con un centro medieval perfectamente conservado y de una belleza envidiable, con sus puentes de piedra y dragones, casas palaciegas colgantes y un castillo sin princesa, pero también modernos edificios y plazas, por donde la gente camina tranquila y alegre.
Una ciudad exquisita, moderna y civilizada, llena de energía, joven y a la vez nada pretenciosa, y perfecta para una escapada, y desde aquí al lago y a las montañas que la rodean, pero como siempre, no hay tiempo para más, y nos tenemos que volver para Croacia.
Al día siguiente nos embarcamos hacia las montañas del sur, dirección a los famosísimos lagos de Plitvice, pero entre pitos y flautas, parar a comer, a hacer fotos a los ríos perfectos y a los puentes que los cruzan en cada pequeña villa del camino, y se nos hace demasiado tarde, y nos cierran la puerta de entrada al parques en las narices a las 6 de la tarde.
Triste como suena, acabamos desahogándonos bañándonos en las aguas verdes y heladas del río Korana, donde se han juntado unos moteros cerveceros y otros bañistas a disfrutar del espectacular fin de tarde primaveral. Los lagos quedan para otra ocasión y me convenzo de que lo que realmente vale del viaje es el camino.
Ya el último día, domingo, toca paseo por el mercado local de Zagreb, donde nos tomamos un café con una ex-alumna de Paul, que nos cuenta las bondades de su ciudad, y de cómo se pone el verano en la costa, a donde decididamente quiero ir, y eso que aún no me había enganchado a Juego de Tronos, Croatia coast is coming…