Cientos de miles de horas de sol al año, una pedazo de costa normalmente atestada de turistas rojianaranjados tumbados en playas tostadas de acantilados caducos, el Algarve constituye uno de los principales destinos turísticos de Portugal, su costa sur y parte del oeste, y un interior montañoso delicioso y aún ligeramente asalvajado, son sus principales atractivos, y aunque normalmente la gente se queda en el sur, sería una pena no ver el salvaje oeste, y en 4 días hicimos lo que pudimos, que es llevarnos un pedacito de recuerdo bueno y unas cuantas caídas de sol con cerveza fría con paisajes realmente espectaculares.
Aun en tiempos de Covid, la costa exhibe buen músculo, es un destino codiciado y el aeropuerto es un hervidero. Llegamos a Faro a tiempo para ver cómo anochecía en la cola del coche de alquiler (aprovecho para denostar públicamente a GOLDCAR por su nefasto, engañoso, malintencionado y saqueador servicio de mierda). Un señor Ford Fiesta nos va acompañar por nuestra ruta algarviana, primera parada, Portimao.
La segunda ciudad más poblada del Algarve se divide en dos partes, por un lado, su apacible centro histórico empedrado y salpicado de iglesias y pequeñas plazas atropelladas, y por el otro, la archi-famosa Praia da Rocha, donde han crecido exponencialmente hoteles y urbanizaciones al más estilo Benidorm, para dar cabida a los muchos menos turistas este año que visitan estas playas perfectas de roca caliza y acantilados vertiginosos, y que son tan características de por aquí, tanto o más como la riquísima cerveza Sagres, o era Super Bock?
Viniendo del Reino Unido, y a pesar de haber tenido el mejor verano que recuerdo por aquí, nunca está de más comer al sol en un chiringuito tras tantos años de déficit y nubes, todo sabe a gloria al sol, que multiplica el tiempo de disfrute, luego uno se acostumbra y aburre, que pena de humanos…
En menos de una hora ya nos acercamos a los acantilados del Cabo de San Vicente, la barbillita del suroeste peninsular, sus faros y fortalezas, sus mini-calas y los pescadores tirando hilos infinitos al mar. Reviso que el punto azul de Google Maps esté lo más abajo y a la izquierda posible para mi gozo geográfico, y nos ponemos rumbo al norte por la Costa Vicentina, que va desde aquí hasta Sines, en el Alentejo Costa, y que por desconocido y salvaje, alberga unas de las mejores costas de Europa y parte del extranjero.
El tiempo no puede ser mejor, sol 24/7 y sin axfisia, atardeceres naranjas cayendo por el oeste, hacia donde miran todas estas playas de difícil acceso, lejos de los pueblos, por donde los locales beben cafés y cervezas sin cesar, en las blancas plazas, y nos ven pasar de camino a la Praia de Cordoama, la primera de muchas y maravillosas playas de acantilados negros, finísima arena y aguas bravas intensamente frías, y lo mejor todo, casi vacías.
Caminos de tierra y escaleritas de madera, pequeños paraísos terrenales a golpe de coche, esquivas furgonetas surferas y austeros chiringuitos pueblan estos enclaves donde disfrutar de cada puesta del día, que mientras se esconde, nos lleva a nuestra siguiente parada, donde haremos noche, Odeceixe, un pequeño pueblo en cuesta de casas blancas, y donde Margarida nos espera para darnos la bienvenida a su casa de huéspedes con balcones y cafetería adscrita.
El sol no da tregua por aquí, y tras el desayuno toca ir a la playa local, un fantástico arenal tostado de río y playa, encerrado entre acantilados de aguja negra y sección nudista. La mañana pasa lenta y agradablemente, y en nuestra ruta hacia el norte, nos acercamos a ver otra maravilla geológica, la Praia do Vale dos Homens, de camino a Aljézur.
Con su castillo y sus cuestas blancas de aroma árabe, nos aguardan los tan gustosos platos combinados portugueses, de carnaza a la brasa, patatas fritas caseras, arroz insulso, hojas de lechuga y tomates de verdad, y sus densos cafés y cremosos y altamente adictivos pasteis de nata.
Vuelta al norte, camino esta vez a una de las pocas playas urbanas de la zona, en Zambujeira do Mar, otro pequeño arenal dorado calado entre imponentes acantilados de azabache, donde todavía no entiendo como los tobillos de los niños en el agua no se han cristalizado del frío.
Atardece en la siguiente playa, la Praia de Almograve, otra preciosidad con chiringuito fashion, donde el distanciamiento social se desvanece entre gintonics, es hora de echar el cierre al día, de camino a nuestro hostal en Odemira, ya en el Alentejo.
Al día siguiente, nos adentramos por las montañas, en dirección a Marmelete, donde las carreteras se encogen entre los gigantes y repetitivos eucaliptos, pequeñas granjas y, finalmente, el bar de carretera y la cháchara de sábado entre cervezas y algún turista avispado.
El sol abrasa al mediodía, pero las vistas, tan distintas de las playas vicentinas, merecen la pena, mientras bajamos hacia Lagos y su marabunta de calles adoquinadas y su paseo marítimo, donde nos espera la ruta por la Ponta da Piedade, el típico tipìquísimo paseo en barco por acantilados, grutas y miniplayas, y donde Enrique nos enseña, junto a una pareja que creo que ya había montado enferma de mar, las inusuales formas de las frágiles rocas de arena castigadas por los tiempos y este mar verde azulado de postal que no quiero ni tocar.
La última noche volvemos a la sierra, al punto más alto del Algarve, Foia, desde donde se divisa todo el sur y suroeste, desde Portimao hasta Aljézur, pasando por el Cabo de San Vicente, y otro atardecer perfecto, de este país tan lleno de lugares escondidos, perdidos, magnéticos, y un helicóptero aparcado a la vista desde el balcón del hostal de Monchique, noches de un verano extraño.
Ya toca volver, y Faro, aunque siempre parece que se está cayendo a cachos, aún tiene pequeñas plazas donde comerse lo mejor del mundo, dos huevos fritos con patatas fritas que te sonríen, y señores y señoras, esto, es la felicidad.
Que buenísimos recuerdos me trae tu post sobre el Algarve. Todo un placer recordar estos fantásticos rincones, pero viendo todo lo que cuentas me queda muchísimo por conocer así que tomo nota de todo para la próxima vez …. ¿cuando?.
Hasta que podamos viajar seguros, nos queda el consuelo de compartir nuestras experiencias viajeras en los blogs. Gracias por compartir. Te invito a que también te pases por mi blog. Saludos.
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